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Chispas de Salamandra, primeros caps

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Prólogo

</strong>




El peor enemigo es el miedo, te paraliza, te impide actuar, domina e impide razonar. Huyes y no afrontas la situación.
En los límites del desierto de los Awnëfinhum, existe una zona volcánica donde el calor, ro-cas negras y lava, predomina. Los colores negros y rojos son casi los únicos, un lugar inhós-pito donde la vida es casi imposible salvo para los hijos lejanos del desierto.
En las profundidades de uno de los volcanes, se cuenta que vive uno de los Titanes, un semidiós emparentado con Hethreïm, descendientes de dragones.
Una Salamandra.
A las criaturas que tenían aspecto como de dragón, más pequeño pero sin su inteligencia y magia, esas bestias sedientas de sangre, se les llamaba Salamandras también por su ligero parecido a dichos animales.
La leyenda contaba que sólo quedaba una de ellas en Cenystel, erradicadas desde hacía milenios por su peligro, dicha bestia dormía en las profundidades del volcán más grande.



Los padres de Blossom eran investigadores, geólogos, su pasión eran los volcanes y ambos eran hadas salamandras, hadas del fuego pero a pesar del nombre, no creían en la existencia de dichas bestias.
Por una beca, estaban desde hacía años investigando los volcanes de la zona límite del desierto aunque estuvieran dormidos casi todos ellos.
Blossom les acompañaba, desde que era pequeña, a cada una de sus investigaciones, por tanto su educación había sido poco ortodoxa y tenía un oscuro secreto que esperaba que nunca se desvelara.
No sabía volar.
Ella, un hada.
Tampoco se había manifestado su naturaleza mágica aunque se daba por hecho que sería una salamandra al igual que sus padres. De las familias que se mezclaban podía aparecer cualquier don.
Y todo su aspecto era característico de una salamandra, se sentía además como tal.
Su pelo rojo, como los rubíes, le caía en suaves cascadas onduladas hasta la mitad de la espalda, aquel día se lo recogió en una coleta alta. Sus ojos, de color de las esmeraldas, res-plandecían de la emoción, los tenía almendrados con unas pestañas largas.
Había quedado con uno de sus amigos, Whanthem, cuya raza era primo lejano de los Awnëfinhum, los Awnën.
A diferencia de los Awnëfinhum, ellos tenían la piel más oscura, casi negra al igual que los ojos y pelo, tenían unas alas más pequeñas, piel dura como las piedras y cuernos menores.
Se puso su malla negra de cuerpo entero, le protegía del excesivo calor de la zona volcáni-ca y protegía de las tormentas de arena. Se abrochó las botas y se colocó en la cabeza las gafas protectoras.
Movió un poco las alas, de un granate intenso con dibujos negros, bordeadas con más ne-gro, cada vez que pensaba en saltar y volar, le recorría un sudor frío por todo el cuerpo. El miedo a no ser capaz de hacerlo y caer, precipitándose hasta el suelo.
Y morir.
Veía el suelo demasiado lejos y notaba como las alas no le respondían cada vez que pen-saba en volar.
Había mantenido hasta ese momento la mentira bastante bien y sus padres estaban dema-siado ocupados para notarlo.
Corrió por las habitaciones.
—¡Adiós! —se despidió cerrando la puerta e internándose en los pasillos de la cueva. Lo hacía por costumbre, sus padres casi nunca estaban en casa.
Los Awnën vivían dentro de las montañas, cuevas y pasillos que habían ido perforando en la piedra.
Whanthem le esperaba en la entrada.
A esas horas todos estaban trabajando duramente para recolectar alimentos y agua para la comunidad por lo que pudo llegar rápidamente a su destino. Su amigo, como siempre, se había adelantado, preparando para una incursión secreta al exterior.
Aunque aquella zona volcánica sus colores predominantes eran el negro de ceniza, con ro-ca carbonizada junto con un cielo eternamente oscuro y nublado, era su mundo. Había vivido mucho tiempo allí.
Descendieron rápidamente por la pared rocosa.
Para la gente que no había pisado nunca ese desierto, había un peligro añadido, se escon-dían miles de criaturas dispuestas a matar a su presa y devorarla, sobre todo lo seres que vivían en la arena.
Cuando pisaron la fina y caliente arena, procuraron que sus pisadas fueran suaves y lige-ras. Corrieron deprisa, sin pausa procurando que sus pasos no fueran pesados, la arena vola-ba de sus pies dejando una estela a su paso apenas distinguible.
Dejaron atrás las montañas hasta dar con las criaturas que usaban de transporte normal-mente, eran bestias mansas y amigables, de cuatro patas, peludas y enormes.
Los sobornaron con algo de comida y montaron.
—¿A dónde vamos? —preguntó Whanthem cuando Blossom le indicó a la bestia que se movieran.
—Vamos al asentamiento que van a examinar mis padres dentro de unos días, han empe-zado con los alrededores —le explicó ella—. No está muy lejos si vamos con las bestias de carga.
Whanthem se mostró dudoso pero la otra opción era trabajar recolectando comida.
Sólo hicieron un breve descanso a mitad de camino. Antes de alcanzar su destino, tuvieron que soltar a las criaturas y seguir a pie. Toda aquella zona era oscura, casi negra, llena de ce-niza y roca a pesar de no haber ningún volcán activo. El cielo estaba nublado y sin ayuda de los respiradores, apenas se podía respirar aquella atmósfera saturada.
—No estoy muy seguro de si ha sido muy buena idea —comentó Whanthem cuando empe-zaron a ascender por la montaña—. Los ancianos nos advirtieron sobre este lugar.
—¿Qué dicen? —Blossom no aminoró la marcha.
—Que está maldito, que mora en las profundidades una de las antiguas Salamandras.
—Son sólo cuentos —se rió Blossom—. Nunca han existido las Salamandras. Imagínate, ¡dragones!
Fueron escalando el volcán dormido, Blossom, a diferencia de su amigo, no era tan ágil y algunas veces se apoyaba en algún saliente malo provocando que alguna roca se desprendie-ra y cayera rodando por la pendiente creando un gran estrepito en la calma como si gritase que había un intruso.
Llegaron a la cima y contemplaron las vistas del desierto desde lo alto mientras Blossom se secaba el sudor de la frente.
—Hay que reconocer que las vistas son espectaculares —reconoció su amigo.
—Ya te dije que valdría la pena.
Se dieron la vuelta para ver el interior del volcán. La lava resplandecía ante el contraste de la negrura de las rocas pero no había indicios de una erupción, el calor era sofocante y se apartaron unos pasos como si la temperatura fuera a cambiar.
—Pensaba que decías que estaba dormido —dijo Whanthem mirando con miedo el interior.
Blossom cogió una piedra.
—Mis padres han dicho que no hay riesgo, que no va a activarse.
Lanzó la piedra al interior, observando cómo se hundía.
En ese instante se escuchó un sonido atronador que provocó que todo a su alrededor tem-blara.
Los dos jóvenes se taparon los oídos y se cayeron al suelo por el fuerte temblor sorpren-didos y asustados.
Sin previo aviso, el volcán entró en erupción y la lava empezó a ascender de forma vertigi-nosa.
Blossom contempló enmudecida aquello mientras Whanthem tiraba de su brazo para que se levantara.
—Tenemos que salir de aquí —gritó él—. Hay que marcharse volando.
Estaba paralizada de puro terror, no podía volar, iba a morir allí.
Su amigo consiguió levantarla con mucho esfuerzo y tiró de ella antes de que la lava cubrie-ra el sitio dónde se encontraban segundos antes.
—¡Whanthem… yo… ! —intentó explicarle.
—No hay tiempo, salta —le ordenó.
—No puedo volar —confesó ella a medias—. Tengo un ala lastimada.
No pudo decirle toda la verdad y Whanthem no hizo preguntas, simplemente agarró a Blos-som de la cintura y se lanzó al vacío, seguido muy de cerca por la lava.
Ella se sujetó como pudo mientras su amigo se alejaba del volcán y de la lava que empe-zaba a descender. Miró hacía la cima, dónde habían estado.
Otro rugido fuerte salió del volcán pero ahora pudo identificarlo como un rugido ensorde-cedor de una bestia.
Blossom abrió los ojos ante la inesperada aparición de una Salamandra que surgió de las profundidades del volcán con un estallido de fuego. Era casi tan grande como su guarida y apenas se podía distinguir la inmensidad del cuerpo ante la lluvia de lava y rocas.
Instintivamente se abrazó a Whanthem ante el inminente aluvión de proyectiles.
Su amigo emitió un grito de sorpresa cuando unas rocas impactaron en su espalda y alas. Blossom sólo recibió unos rasguños al estar protegida por el cuerpo de él.
Perdieron altura y ella enseguida notó como se quedaba laxo el cuerpo de su amigo evi-denciando que se había desmayado por los golpes. Cayeron al duro suelo dónde ambos roda-ron golpeándose contra los salientes.
Aturdida, se llevó una mano a la cabeza e intentó apartar sus cabellos llenos de ceniza del rostro, la coleta se le había deshecho.
Las rocas empezaron a resquebrajarse e intentó ponerse en pie e ir a un lugar seguro.
—¡Whanthem! ¿Dónde estás? —gritó asustada.
Todo aquello había sido un grave error pero cuando vio a su amigo tendido más allá, el co-razón se le paró en seco.
Sus alas estaban casi carbonizadas y rasgadas. Se llevó las manos a la boca y ahogó un gemido de angustia.
Los temblores fueron a más y el suelo se separó en cascotes grandes mientras la lava for-maba un río mortal que descendía.
Whanthem acabó en uno de los cascotes que empezó a desplazarse.
Incluso para una salamandra como ella en teoría, un hada del fuego, el calor empezó a ser agobiante y notaba cómo se le ampollaba la piel a pesar de estar protegida. Se limpió las gafas y resuelta, saltó a una de las piedras que flotaban para salvar a su amigo. Por su culpa estaba malherido. Era su responsabilidad y tendría que responder por ello.
Tragó saliva, consciente de que no podía volar y siguió saltando, intentando llegar hasta él.
Hubo otro temblor, seguido del rugido de la Salamandra y Blossom perdió el equilibrio y se agarró fuertemente a la piedra.
El mundo se congeló mientras contemplaba surgir a la bestia otra vez de la lava a escasos metros.
La Salamandra se movió perezosamente para quitarse trozos de roca y lava que tenía en la cabeza y giró la cabeza hacia Blossom, clavando sus ojos llameantes con una gélida furia.
—¿Qué tenemos aquí? Una pequeña hada salamandra metiéndose dónde no debe —susurró la voz del monstruo en la cabeza de la hada.
Una voz cargada de siglos de vida.
Blossom fue incapaz de articular palabra quedándose muda.
La Salamandra volvió a moverse lentamente, la cabeza a un lado y otro para retirarse los fragmentos, con lentitud.
—He dormido profundamente hasta la interrupción de esta pequeña lagartija —pestañeó despacio—. Imprudente y desconocedora del mundo. Es hora de que aprendas una lección.
De forma que no se esperaba la joven hada, la Salamandra se abalanzó rápidamente por el río de lava. Se encogió instintivamente ante el inminente ataque pero su objetivo no era ella.
Al volver a observar la escena, vio cómo el monstruo había cogido a su amigo por las alas con los afilados dientes de su boca, y con horror, pudo contemplar cómo con un simple giró de la cabeza rápido, las alas eran arrancadas y el cuerpo de su amigo caía al duro suelo, en zona segura, acompañado del crujido desgarrador de la amputación.
La Salamandra se tragó las alas.
Ante aquello, ella llena de furia, lanzó una bola de fuego que sólo provocaron sus risas. Du-rante unos instantes, Blossom se dio cuenta de que por fin sabía que era una hada del fuego pero su dicha no duro mucho tiempo.
—Nos volveremos a ver pequeña salamandra, no he acabado contigo.
Volvió a sumergirse en la lava dejando a una pálida y temblorosa Blossom. 



Capítulo 1
Inicios

</strong>




Tras el incidente, como todos lo llamaban, la familia de Blossom junto con ella, volvieron a sus orígenes. A Adarathiel, el reino de las hadas.
Nadie había creído la absurda e imaginativa historia de la joven hada. Sólo vieron la impru-dencia de dos adolescentes y un terrible accidente que le había arrancado las alas a Whant-hem.
Sus padres decidieron que era hora de volver y que Blossom recibiera una educación apro-piada, poniendo punto y final a esa rebeldía.
Ella sabía muy bien lo que había pasado y vivía aterrorizada ante la idea de que la Sala-mandra volviera para cumplir su amenaza.
Pero ahora se enfrentaba a nuevos retos y viejos miedos. Rara vez había vivido en la ciu-dad de las hadas, prácticamente se había criado en el desierto y aquellos vaporosos vestidos, las bailarinas, o ver la lluvia caer sin que nadie se encargara de recoger la máxima cantidad de agua, eran cosas extrañas para ella.
El uniforme de la escuela de Alathurelma consistía en unas mallas con un vestido por enci-ma en tonos dorados y unas bailarinas con cintas atadas en el tobillo.
Se sentía desprotegida sin el traje típico del desierto así que cogió la cazadora que a veces llevaba cuando era de noche, con una capucha.
Era de tono oscuro y junto con el uniforme, era un contraste muy marcado.
Cogió la bandolera donde llevaba el material escolar y bajo a desayunar.
Allí le esperaban sus padres.
—… recuerda, debemos mostrarnos firmes —decía su madre.
Él asentía.
—… y procurar que… —siguió él.
—Hola —dijo Blossom cogiendo un par de tortitas.
—¿Nerviosa por tu primer día? —preguntó su madre.
Se encogió de hombros pero estaba aterrada, era un mundo desconocido para ella y parte de su vena aventura murió tras el incidente, detestaba las cosas nuevas y tenía miedo.
Deseaba poder volver a estar en las montañas.
—Creo que llego tarde —dijo con la tortita a medias—. Luego os veo.
—¡Vuelve pronto! —fue lo último que gritó su padre antes de que ella cerrara la puerta bruscamente.
Aquel mundo verde de árboles y casas al descubierto en sus copas con puentes, era muy diferente.
Suspiró y comenzó a andar por el jardín hasta la pasarela. Dio los primeros pasos por el puente.
Al mirar al suelo, volvió a sentir ese pánico que le recorría el cuerpo dejándole un sudor frío. El suelo se acercaba y empezó a marearse. Alguien le empujó pero no se fijó quién fue pero le sirvió para apartar la mirada y soltar la barandilla que agarraba con fuerza. Camino lentamente hasta llegar a Alathurelma, el instituto. Al menos había tomado el puente con barandilla.
Al llegar a los jardines, estaba lleno de jóvenes de distintas edades, charlando despreocu-padamente.
Se sentía fuera de lugar, con esa ropa a la que no estaba acostumbrada y no sabía cómo comportarse.
Caminó con inseguridad y entró en el edificio de tonos dorados con cristaleras de múltiples colores.
Con los papeles en una mano, y tras preguntar en la conserjería, llegó a su primera clase. El curso ya había comenzado así que iba a tener que esforzarse para recuperar lo perdido.
Las alumnas fueron entrando al aula acompañadas de miradas curiosas y cuchicheos, aga-chó la cabeza Blossom mientras sacaba sus cosas de la bolsa, deseando ser invisible a pesar de destacar por su pelo rojo y por su chaqueta.
Se libró de incómodas presentaciones ante toda la clase en cada asignatura pero allí dónde fuera, todas le miraban y susurraban. Cuando se terminaron las clases de la mañana, le tocaba una cita con la directora antes de ir a comer a casa.
Con paso resignado, fue hasta el despacho dónde le aguardaba la directora Liraley, cuyo aspecto era intimidatorio, de amazona. Su pelo al igual sus ojos eran oscuros como la noche, de tez tostada y porte regio.
—Siéntate por favor —pidió Liraley.
Blossom obedeció y empezó a juguetear con la correa del bolso.
La directora cogió una carpeta que la joven hada supuso que era un expediente. El suyo.
—Blossom, cómo imaginarás, estoy al tanto del incidente que surgió con los Awnën y aquí no toleramos una conducta rebelde ni mentiras tan imaginativas como contaste sobre una Sa-lamandra —dijo mientras juntaba las manos—. Tu mejor amigo sufrió un terrible accidente y estás conmocionada, en Alathurelma te daremos una segunda oportunidad pero no más, espe-ro de tu conducta que sea ejemplar y estarás obligada a ir al psicólogo del centro una vez por semana. Es tu último curso, aprovéchalo.
Blossom tragó saliva y asintió en silencio, luego miró a Liraley a los ojos.
—Lo haré —pero ella sabía muy bien lo que había pasado en aquel volcán y por mucho que lo negaran el resto, sabía que había sucedido.
—Puedes irte.
Salió de allí llena de rabia y con lágrimas en los ojos. Volvió a casa para la comida. Encon-tró una nota de sus padres disculpándose por no estar a la hora y la comida hecha lista para calentar.
Se enjugó las lágrimas y puso a calentar un plato para ella sola.



Acudió a las clases de la tarde, todavía no había hablado con sus compañeras de clase, con su magia de fuego ya iba atrasada y no sabía qué hacer con las prácticas de vuelo.
Cuando llegó a la temida clase, estaba nerviosa y la profesora daba una impresión bastante amenazante, severa e inflexible.
Se presentó como Caroline La Fleur, un pelo oscuro recogido en una coleta prieta pero se le escapaban mechones dándole un aspecto de león. Sus ojos azules eran distantes, con una piel pálida y elegante. Las alas de la sílfide eran anaranjadas y todo el conjunto hacía recordar a un león al acecho.
—Quiero que deis cinco vueltas entorno al recinto, no quiero remolones, señoritas —advirtió con gesto firme—. Desplegad las alas, en formación… ¡Ya!
Todas las chicas se pusieron en fila y desplegaron las alas antes de saltar con una elegan-cia que envidió Blossom desde el primer momento.
Cuando le tocó a Blossom, retrocedió y le cedió el turno a la siguiente.
—Salta tu primero, ahora voy —insistió ella.
—Está bien —dijo la chica con inseguridad.
Ella se quedó a solas con La Fleur, se acercó al borde y miró hacia abajo, apoderándose de nuevo aquel terror que también conocía.
—No puedo —reconoció Blossom—. No puedo hacerlo.
La Fleur miró extrañada a la alumna, cruzó los brazos.
—¿Exactamente por qué no puedes hacerlo?
Blossom optó por decir la verdad.
—Tengo miedo —dijo temblando—. Siempre lo he tenido.
—¿Me estás diciendo… que nunca has volado? —preguntó con incredulidad la profesora.
Ella asintió, notando cómo las lágrimas empezaban a asomar.
—Has estado en el desierto y has escalado montañas, ¿no es así? —insistió La Fleur.
—Sí, pero no es lo mismo…
La Fleur resopló.
—Sí es lo mismo, no sé la razón por la cuál te da tanto miedo volar pero no escalar, no puedes decir que es vértigo.
—Me aterra saltar al vacío —siguió Blossom.
La Fleur se quedó pensativa unos instantes.
—Obviamente no puedes saltar y volar, tus músculos de las alas estarán atrofiados —dijo—. Te voy a ayudar a fortalecerte, pero Blossom, tienes que tener en cuenta que si quieres terminar los estudios y ser un hada, debes volar.
Con un simple gesto, le indicó que le acompañara de vuelta al interior de la torre.
—Me darás la razón en que vas a tener que empezar a entrenarte desde cero, con los mis-mos ejercicios que los niños se ven obligados a hacer —-le informó su profesora.
Ante la evidente mueca de humillación, La Fleur prosiguió más fríamente.
—La única culpable eres tú por evadirte de tu responsabilidad como hada y dejar de lado el cuidado de tus alas —luego entraron a una sala.
Allí había múltiples máquinas de ejercicio, todos para fortalecer las alas, se dirigieron hacia una de ellas que consistía en una silla para monturas grandes que se elevaba y se situaba en-frente de un ventilador enorme.
—Deberás hacer un recorrido por toda la sala hasta llegar aquí, no puedo descuidar al resto de mis alumnas pero te ayudaré siempre que pueda —le indicó—. Ahora probemos tu equili-brio.
Le pidió que se subiera a la silla.
Blossom se sentó y luego se tumbó para coger los amarres de delante y situar los pies atrás.
—Este ejercicio sirve para aprender a moverte con las corrientes de aire y aprender a equili-brarte. Despliega ahora las alas —le ordenó mientras subía a Blossom y conectaba el ventila-dor.
Ella obedeció, desplegando sus alas rojas y negras. Estaba nerviosa y realmente no quería defraudar a La Fleur que se había mostrado tan compasiva con ella.
El ventilador se puso en marcha y notó la fuerza del aire que generaba en dirección hacia ella, no se lo esperaba y sus alas no estaban acostumbradas a ello. Intentó moverse pero notó cómo se resbalaba de la silla y cayó al suelo con un grito.
—Estaba muy fuerte el ventilador —se quejó Blossom.
—Estaba al mínimo —le informó La Fleur muy seria—. Creo que por hoy es suficiente, reunámonos con el resto de la clase.
Blossom se sintió decepcionada y agachó la cabeza.
Al finalizar la clase, en vez de mezclarse con el resto y charlar animadamente, una vez más se quedó atrás, completamente avergonzada.
Casi tropezó con una de sus compañeras que le esperaba fuera.
—Eres la nueva, ¿verdad? ¿Blossom? —preguntó la chica.
Tenía el pelo castaño de una tonalidad intermedia, completamente liso, que dependiendo de la luz, tenía reflejos dorados. Tenía los ojos verdes y un lunar en medio de la mejilla, con unas finas cejas, pestañas cortas, una nariz redonda y unos labios finos.
—Sí, soy yo —fue toda la respuesta, la reconoció de la fila, la chica que le había pedido que saltara antes que ella.
—Soy Blodwen —se presentó con una sonrisa, su voz era alegre—. Creo que no me re-cuerdas, una vez en el Mes Blanco pasamos las fiestas juntas, aquí.
Lo recordaba vagamente, había sido cuando era muy pequeña.
—No sé… —empezó.
—Vale, no te acuerdas, da igual, éramos unas crías, todavía me acuerdo cuando prometi-mos ser mejores amigas para siempre —fue acompañado de una risa—. Ha sido una sorpresa volver a verte, ¿dónde has estado estos años? Que pregunta más tonta, con tus padres de expedición…
No paraba de hablar y Blossom no sabía cómo o cuándo contestarle hasta que apareció otra compañera de clase.
—Blodwen, en serio, alguien debería coserte la boca, nunca sabes cuándo callar —dijo la chica.
Blossom supo de inmediato, simplemente por su aspecto, que la nueva chica era una la-mia. Tenía el pelo rubio muy claro con los característicos ojos azules casi blancos y una fila de diamantes por cejas a cada lado de la cara.
También poseían las lamias unos afilados colmillos y unas alas tan negras como la noche. Circulaba así mismo el rumor de que podían transformarse en serpientes gigantescas.
—Hola Cinzia, sólo me ponía al día con mi amiga —explicó Blodwen.
Cinzia dio un repaso a Blossom con la mirada, a la joven salamandra cada vez le gustaba menos la actitud de la lamia.
—Así que tú eres la nueva, la chica del desierto, la que se esconde —dijo la lamia.
—Sí, esa misma —respondió Blossom—. Mis padres investigaban los volcanes de allí.
—¿Y es la primera vez que estás aquí?
Blossom asintió.
—Entonces pronto descubrirás que Alathurelma es muy distinto de donde estudiabas —luego se dio la vuelta—. Mañana nos vemos y cuidado de con quién hablas.
Cuando Blossom y Blodwen se quedaron a solas, la joven salamandra miró confundida a su compañera.
—¿A qué venía eso?
Blodwen resopló.
—Muy sencillo, Cinzia es la abeja reina del instituto, la chica más popular y a la que todas adoran —explicó—. ¿Nunca ha habido populares y marginados donde estudiabas?
Ella negó con la cabeza.
—Para empezar, mis padres me daban clases particulares y por terminar, allí todos eran iguales, toda la comunidad, era trabajo en equipo —añoró por un instante su antiguo hogar.
—Lo siento pero esto es así y vas a tener que aprender pronto las reglas —le advirtió—. Vamos, B, no pongas esa cara, aunque yo sea uno de los bichos raros, soy tu amiga.
—¿B?
—Así te llamaba y tú a mí Wen —intentó recordarle.
Blossom sonrió por primera vez en mucho tiempo.



Nada más llegar a casa se puso con los trabajos que eran más bien muchos, en las asignatu-ras básicas no iba tan retrasada como en un principio pensaba pero la parte de la magia, el control de su elemento en particular, le costaba y notaba que estaba bloqueada.
Probó a hacer diversos ejercicios básicos para principiantes pero todos acababan en una débil llama que se apagaba. Frustrada, dejó a un lado los apuntes y se tumbó en la cama.
Cogió de la mesilla su esfera de cristal, que servía también para comunicarse con otras personas, con unos movimientos determinados, transformó en un rectángulo casi plano de cristal semitransparente, era como un mini portátil.
Se vio tentada a llamar a su amigo Whanthem pero en el último segundo dudó con el dedo a escasos milímetros de hacer la llamada. Lo retiró y volvió a transformarlo a su forma original. No estaba preparada para volver a hablar con él. El sentimiento de culpa era demasiado gran-de y abrumador y todavía no podía afrontarlo.
—¡A cenar! —avisó su madre desde el piso de abajo.
Se frotó la cara, por costumbre se había puesto un top y unas mallas oscuras, una ropa que solía usar en las cuevas. Bajó la escalera de caracol y entró en la cocina. Empezó a poner la mesa.
Su madre miró por encima del hombro a su hija mientras terminaba de hacer la cena.
—Cariño, ¿no deberías ponerte la ropa normal de Adarathiel y acostumbrarte a ella?
Blossom se encogió de hombros.
—Me gusta esta ropa, es cómoda y práctica —respondió ella.
—No estoy hablando sobre si es práctica la ropa o no sino sobre adaptarse a donde vivi-mos —le reprochó su madre—. Y no lo estás haciendo.
La joven salamandra dejó bruscamente los últimos cubiertos en la mesa con furia. Su padre entró y puso lo que faltaba.
—Tu madre tiene razón, dale una oportunidad a lo que tienes ahora en el armario.
Se sentaron en las sillas una vez servida la comida en la mesa.
—No me parece bien pasar página cómo si no hubiesen existido todos esos años en el de-sierto —siguió enfurruñada ella.
—No te estamos pidiendo que olvides lo que has aprendido allí —dijo su padre mientras cortaba pan.
La cocina era más grande al igual que el resto de la casa de la que habían tenido en las cuevas. Todo era de madera clara, adaptada al árbol donde vivían cómo si formara parte de la planta, con grandes ventanas para ver el bosque y balcones para pasar el rato.
Los muebles eran de diseños antiguos, cómodos y confortables, con camas mullidas.
Todo era demasiado blando y suave, demasiado decorado.
—No tengo más hambre.
Se levantó y recogió sus cosas para luego dirigirse de nuevo a su habitación. Estaba deco-rada de forma muy minimalista y se negaba a poner más cosas de las que tenía.
Volvió a tumbarse en la cama, intentando encontrar una postura en la que estar cómoda a pesar de sentirse como si se hundiera en un agujero.
Movió las alas hasta quedarse de lado y cerró los ojos.
Le costó mucho poder dormirse.



Soñó que estaba de nuevo en el desierto y corría de forma suave sin apenas apoyar los pies en la arena para no atraer la atención de las bestias que se ocultaban bajo suelo.
Estaba con su mejor amigo y ambos reían.
Pronto todo cambio para dar paso a la montaña, al volcán. Con un gran ruido, explotó y empezó a descender la lava mientras llovía ceniza.
Al girarse, ya no estaba Whanthem sino Blodwen, completamente ensangrentada.
—Es tu culpa, B, todos tus amigos acaban mal —respondió ella.
—Eso no es… —empezó Blossom pero era cierto, era su culpa.
El volcán volvió a escupir más magma y sólo se escuchó la voz de la Salamandra.
—Voy a por ti.



Antes de despertar bruscamente Blossom de su pesadilla, hubo un temblor mínimo en el de-sierto que nadie detectó. 



Capítulo 2
Nuevos amigos

</strong>




Tras la pesadilla, Blossom se levantó y se quedó en un rincón, agarrándose las piernas. No pudo volver a dormir.
Por la mañana tuvo que reprimir un bostezo mientras se sentaba para desayunar.
—¿Cuándo tienes la sesión con el psicólogo? —preguntó su madre.
—Una vez por semana pero… —luego levantó la mirada—. ¿Cómo lo sabes? No lo men-cioné anoche.
Ambos padres intercambiaron una mirada.
—Pensamos que te vendría bien y fuimos a hablar con la directora Liraley al hacer la matrí-cula —respondió su padre—. Creo que será beneficioso para ti hablar del accidente y permitir-te así…
—¿Dejar de mentir? ¿No ser tan rebelde? —preguntó su hija de forma colérica—. No puedo creerlo.
Salió echa una furia, dejándolos solos.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó angustiada la madre.
—Ser firmes, en parte es culpa nuestra por concentrarnos en nuestras carreras y dejar a Blossom tan libre —cogió él su taza de café pero sin llevárselo a los labios, pensativo.
—Dilo, olvidada por el trabajo —dijo crudamente ella—. Pero… ¿y si dice la verdad?
—Entonces habríamos cometido un grave error e imperdonable —le cogió la mano a su mu-jer—. Y nunca nos lo podríamos perdonar.
Ella bajó la mirada insegura, sin saber cómo ayudar a su hija e impotente.



Blossom salió de la casa llena de furia que se disipó en la entrada, quedando únicamente ese desasosiego que le acompañaba desde hacía un tiempo.
Quería llorar y gritar, pero no salía nada de ello así que siguió adelante, lo único que podía hacer.
Todavía se negaba a dejar a un lado sus costumbres del desierto, así que seguía llevando la chaqueta.
Al llegar a Alathurelma, encontró a Blodwen esperándole en la puerta principal.
—¡Buenos días, B!-dijo con una sonrisa mientras giraba sobre sus talones y cogía a Blos-som del brazo para que no se escapara—. Creo que todavía no has visto del todo este institu-to, así que voy a ser tu guía.
Por un momento se olvidó de todos sus problemas y se dejó llevar por el entusiasmo de Blodwen, disfrutando de la compañía de una amiga.
Alathurelma consistía en una serie de edificios conectados y torres, todo en armonía con los árboles e iluminado el recinto con esferas de cristal que volaban por el techo junto con las enormes cristaleras, la gran mayoría con escenas representadas. Le mostró lo principal para no perderse hasta terminar en la cafetería.
—Es un poco temprano, así que podemos estar un rato charlando mientras tomamos un café —dijo Blodwen mientras pedía uno con avellanas.
—Un té rojo —pidió ella.
Se sentaron en una de las mesas, Blossom le contó un poco sobre su vida en el desierto, las clases particulares en casa y sobre Whanthem.
—¿Y el chico… ? —empezó a preguntar Blodwen cuando fue interrumpida.
—Hola Blossom —saludó Cinzia junto con sus amigas, luego miró despectivamente a la otra hada—. Blodwen…
A pesar de llevar uniforme, Cinzia parecía llevarlo de otra forma, menos como si fuese una ropa terrible y más como si realmente fuera genial.
Ambas saludaron a la recién llegada.
—Blossom, he visto que has llegado temprano, ven con nosotras y charlamos un rato —ofreció Cinzia—. Te pondremos al tanto de lo que te has perdido.
—¿Y Blodwen? —preguntó ella.
Cinzia miró a la hada.
—Ella no pinta nada.
La joven salamandra se enfadó por aquel comentario ya que Blodwen se había mostrado amable con ella desde el principio.
—Voy a tener que rechazar tu oferta, Cinzia, esperó que no te moleste pero voy a quedarme un rato más con Wen —dijo refiriéndose a su amiga.
Blodwen esbozó una amplia sonrisa pero la lamia frunció el ceño.
—Ten cuidado con quién te juntas, no es una buena compañía precisamente —le advirtió, tras lo cual se marcharon de allí dejando a las dos hadas a solas.
—Gracias, B,
Blossom hizo un gesto de la mano quitándole importancia.
—¿A qué se refería Cinzia? —preguntó ella—. Si no es inmiscuirme demasiado.
Su amiga suspiró tristemente y agachó la cabeza.
—Es por mi familia, en la Era Oscura mis abuelos formaron parte de la facción de los mor-ganianos y aunque fueron absueltos, la familia cayó en desgracia a pesar de que ninguno ten-gamos que ver con ellos —explicó—. Es un poco difícil hacer amigos con ese pasado detrás de ti.
—Pues ahora tienes una amiga —dijo la joven salamandra.
Ambas sonrieron y se dirigieron a clase.
—¿Cómo vas con las asignaturas? —preguntó la hada.
—Bien, excepto la asignatura de magia de mi elemento, voy algo retrasada —confesó Blossom.
—Lo siento, en eso no te puedo ayudar, no soy una salamandra pero deberías decírselo al profesor, seguro que te puede ayudar.
Blossom no estaba tan segura de ello pero no replicó.



En clase de Vuelo, La Fleur volvió a apartarle del resto de sus compañeras. Hasta que no re-forzara sus alas, no podría ni siquiera intentarlo, así que contempló cómo una a una iban sal-tando todas sus compañeras de clase excepto ella.
Cinzia pasó por delante con otras alumnas mientras susurraba de forma poco disimulada.
—He oído decir que la nueva ni siquiera sabe volar —dijo riéndose ante el evidente retraso de la joven salamandra.
Aquella maldad le dolió bastante aunque fuera un intento malo de hacerle quedar mal ante todas simplemente por apoyar a Blodwen.
Entró en la sala de entrenamiento echa una furia con lágrimas en los ojos, no entendía por-que le pasaba todo aquello cuando no había hecho nada por merecer un trato tan malo.
Hizo el recorrido que le había programado La Fleur hasta que se sintió impotente y fracasa-da, volvió otra vez a dónde las chicas saltaban para volar y se asomó. No estaba la profesora pero por si acaso comprobó que estuviese sola.
Cuando las puntas de los pies asomaron al vacío, volvió a mirar hacia abajo, sintiendo aquel profundo terror que siempre notaba al intentar volar y que le paralizaba por completo.
Tragó saliva, cerró los ojos y volvió a abrirlos.
—Tú puedes, Blossom, salta.
Dio un paso y saltó, cayendo. Sin volar.
Intentó abrir las alas pero la fuerza del viento volvía a cerrarlas, empezó a sentir pánico al comprobar que realmente no estaba lista tal y cómo había advertido La Fleur. Iba a morir y todo era por su cabezonería al igual que en el incidente.
Por ser irresponsable.
Gritó presa del miedo y al ver el suelo acercarse rápidamente sin posibilidad de salvación.
Sin esperarlo, algo chocó contra ella y notó una sensación extraña, en vez de la caída, no-taba cómo iba ascendiendo. Alguien le había cogido durante la caída y le agarraba fuertemen-te. No pudo ver a su salvador excepto un cabello oscuro casi negro y algo largo que se movía constantemente, tapándole algo de visión.
Volvió a sentir el suelo bajo sus pies, habían regresado de nuevo a la torre. Su salvador le soltó y retrocedió unos pasos.
Blossom contempló el rostro del chico que le había salvado de una muerte segura. Tenía una nariz recta, algo torcida como si se la hubiera roto alguna vez en su vida y no se hubiera curado del todo bien, unos ojos oscuros y un pelo algo desordenado. Tenía un rostro angulo-so y complexión fuerte.
—¿Estás bien? —preguntó, tenía una voz profunda.
Ella seguía todavía paralizada por el susto. No le dio tiempo a responder porque en ese ins-tante apareció La Fleur completamente histérica.
—¡Blossom! ¿Cómo se te ocurre? ¿Por qué has saltado? Lo hemos hablado mil veces, no estás preparada —le reprendió furiosamente mientras le agarraba los brazos.
Ella asintió y tragó saliva sin saber muy bien que decir.
—No vuelvas a darme ese susto.
El chico tosió.
—Siento interrumpir profesora La Fleur —dijo el chico, extrajo un sobre de su chaqueta.
Blossom se fijó por primera vez en la ropa que llevaba, identificándolo como un estudiante de la Academia de Guardianes de Adarathiel, un uniforme sencillo y elegante de tonos claros, como el que llevaba ella, que consistía en un pantalón con botas de caña alta por fuera, una camisa abotonada y una chaqueta de corte clásico.
La Fleur cogió el sobre que le tendía.
—Debía entregárselo a la directora pero antes de poder entrar he visto a esta estudiante caer —explicó él.
—Le agradezco enormemente su intervención —dijo agradecida la profesora.
—Es la invitación al baile de primavera junto con los documentos que pidió la directora —terminó el joven guardián.
—Se lo haré llegar inmediatamente, ya puede marcharse, Guardián —se despidió La Fleur.
El chico asintió pero antes de que se moviera, Blossom intervino.
—Profesora, me gustaría agradecerle lo que ha hecho por mí —pidió ella.
—Está bien, luego hablaremos.
Se marchó, dejando a ambos jóvenes a solas.
La joven salamandra se sintió cohibida de repente sin saber que decirle.
—Esto…gracias. Soy Blossom.
El chico sonrió.
—Aaron, y ha sido un placer, así he podido conocerte, no todos los días caen chicas del cielo.
Ambos rieron tímidamente.
—Lo siento pero tengo que irme ya… —empezó Aaron.
—¿Te volveré a ver? —le interrumpió ella.
Aaron volvió a mostrar una sonrisa aún más amplia.
—En el baile, resérvame uno —pidió.
—Por supuesto.
Aaron se marchó con un rápido movimiento y Blossom se quedó embobada mirando cómo se alejaba, por una vez no le resultó una maldición su problema.
La Fleur se acercó sigilosamente.
—Ha sido una imprudencia e irresponsabilidad lo que has hecho —le informó—. No voy a dar parte de esto pero espero que a partir de ahora hagas caso de mis palabras, si digo que no estás preparada es porque no lo estás.
—De acuerdo —dijo sumisamente.
La Fleur suspiró y se frotó la sien.
—Aunque no lo creas, quiero ayudarte —dijo su profesora—. Cuando estés preparada, te lo comunicaré, ahora puedes irte.
Blossom se apresuró para irse. En cuanto bajó la torre, suspiró aliviada. Su amiga, Wen, le esperaba en las escaleras algo preocupada.
—¿B, qué ha pasado? —preguntó—. La clase ha terminado antes y no  te veía por ningún lado.
—La profesora me ha echado la bronca, y no me he atrevido a pedirle ayuda con el tema de la magia —no quería entrar en detalle sobre lo sucedido al igual que con el incidente—. ¿Y qué es el baile de primavera?
A Blodwen se le iluminó el rostro.
—Un baile anual que se suele celebrar entre ambas escuelas, es todo un acontecimiento —explicó—. Como te habrás fijado, Alathurelma es una escuela prácticamente de chicas salvo alguna excepción. Antiguamente era donde se formaban las hadas que querían ayudar a los demás como las hadas madrinas, mientras que los chicos iban a la Academia de Guardianes para entrenarlos en combate y ser los protectores. Obviamente en la otra escuela se entrena más el combate y está más la magia en todos sus campos. En la actualidad no son exclusivas para cada respectivo género aunque las costumbres son difíciles de quitar a pesar de las po-cas diferencias entre ambas escuelas.
Luego se calló un momento y siguió algo indignada ella, pero no del todo.
—No me distraigas, ¿por qué no te has atrevido? ¿Quién te va a ayudar entonces?
—No lo sé, Wen…
Volvió a quedarse en silencio, su rostro se tornó triste haciendo que Blodwen se ablandara.
—Intentaré ayudarte aunque ya sabes que mi elemento es otro, intentaré buscar algo en la biblioteca que pueda ayudarte.
Blossom sonrió.
—No tienes por qué molestarte…
—Somos amigas, B, las amigas se ayudan —dijo mientras le cogía del brazo, luego se le ilumino el rostro—. Tendremos que pensar en los vestidos y en los chicos.
La joven salamandra se sonrojó con lo cual Wen se rió.
—¿Y quién es el chico? —preguntó.
—Le he conocido antes, es el que ha entregado la invitación —luego miró el reloj—. Ya es muy tarde.
—Pues vamos a la cafetería y me sigues contando más cosas sobre ese Guardián.
—Lo siento pero me tengo que ir, tengo que hacer algo importante.
Se soltó y se despidió, quizás con algo de brusquedad pero no quería contarle nada sobre el incidente ni sus visitas al psicólogo del instituto que empezaban ese día, no tenía tanta con-fianza todavía.
Deseó no cruzarse con ninguna de sus compañeras y por una vez tuvo suerte. El camino hasta el despacho estaba despejado y no tuvo que dar evasivas.
Llamó suavemente a la puerta y una voz profunda le respondió que podía pasar.
Entró tímidamente y se quedó congelada sin saber qué hacer en cuanto vio al psicólogo de Alathurelma, un enano.
Entrado en años, bastante mayor pero con un espeso pelo negro salpicado de plata en las sienes. Tenía una barba trenzada con alguna cuenta metálica con símbolos enanos. Tenía algo de tripa por una vida sedentaria pero sus rasgos del rostro no daban sensación de redondez a pesar de su amplia nariz que le confería un aspecto más ancho. Unos ojos oscuros le miraron durante unos segundos para volver a los papeles que sujetaba en una mano mientras en la otra le invitaba a sentarse.
El enano vestía con una camisa algo basta, unos pantalones con las botas típicas de los enanos y un chaleco de cuero.
Los enanos no eran dados a los colores llamativos.
Blossom se sentó torpemente, de todo lo que pudiera imaginar, aquello era lo que menos esperaba. Los enanos eran propensos a las peleas y menos a escuchar y dar consejos a ado-lescentes perdidos.
Mucho menos a hadas sin contar que estaban en una ciudad en los arboles mientras que los enanos adoraban las montañas.
El enano se puso unas gafas y leyó la carpeta.
—¿Blossom… ?
Ella asintió.
—Soy Okhar, tu psicólogo y un grano en el culo hasta que firme unos papeles diciendo que has superado tu problema y vas por el buen camino —se quitó las gafas—. ¿Cómo estás hoy?
Blossom se encogió de hombros.
—Bien.
Okhar le miró sin pestañear y sin decir nada durante unos segundos, ambos sabiendo que ella no decía la verdad y que se estaba callando muchas cosas.
—¿Quieres contarme lo que sucedió en la montaña? —preguntó pacientemente.
—En los informes está todo, la historia que conté sobre la Salamandra y que obviamente es mentira, no puede existir —contestó, sólo quería volver a casa—. ¿Y qué hace un enano en Adarathiel?
—Mi hijo quería hacer las prácticas en la forja de la ciudad y mi mujer y yo no se lo pudi-mos negar. Únicamente encontré trabajo en la Academia de Guardianes pero les dije que antes que enseñar a unas nenazas a pelear, trabajaría de psicólogo para las hadas y aquí estoy —dijo juntando las manos sobre la mesa.
—¿En serio? —preguntó ella incrédula ante la historia.
Okhar se encogió de hombros.
—Cada uno cree lo que quiere, ¿verdad?
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó sin pensarlo.
—Yo no estoy aquí para creer o no esa historia sino para ayudarte para seguir adelante.
—No veo en que me va a ayudar todo esto, un monstruo antiguo despertó, una Salaman-dra, que arrancó las alas a mi amigo y me dijo… —se calló, estaba alterada y al borde de las lágrimas, seguía sin poder hacer frente a los sucesos ocurridos.
—¿Qué te dijo? —preguntó Okhar con interés aunque intentando ocultarlo.
Blossom suspiró y se pellizcó el entrecejo.
—¿A quién le importa? Nadie me cree —cerró los ojos unos instantes—. Me dijo…creo que me dijo: voy a por ti.
Luego se levantó sin previo aviso.
—Lo siento, es muy tarde y mis padres me esperan en casa, nos vemos en la siguiente se-sión —se despidió y salió rápidamente de allí.
Okhar se quedó pensativo durante unos segundos, luego se giró a la estantería que tenía detrás y cogió un viejo libro mientras empezaba su lectura con aire meditabundo.



La joven salamandra al llegar a casa no encontró mejor panorama.
—¿Dónde has estado? —preguntó su madre algo preocupada y enfadada.
—Hablando con el psicólogo del instituto, hoy me tocaba la primera sesión —les recordó ella mientras dejaba la bolsa, irritada.
—Acordamos que tenías que informarnos de adónde ibas —le reprendió su padre.
—Sólo tenéis que recordar mis horarios.
Se marchó enfadada y cerró la puerta de su habitación de un portazo. Al poco rato su esfe-ra de cristal emitió un brillo indicando que alguien quería comunicarse con ella.
La cogió y apareció el rostro de Blodwen en el interior.
—Hola B, tengo un par de pergaminos que nos podrían ayudar —dijo entusiasmada—. ¿Puedes quedar mañana después de clase?
Blossom no tuvo que pensarlo mucho.
—Por supuesto.
Ahora tenía que prepararse.
Chispas de Salamandra Prólogo, Capítulo 1, Capítulo 2.

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